El día que descubrí que me encantaba fotografiar a personas, en su ambiente, relajadas, sin mirar a cámara y de una forma natural sabía que lo mío era la fotografía de bodas. Tener un “nosequé” para captar la espontaneidad, siempre preparado para esos momentos que sólo pasan una vez, es un gran reto, pero es algo que he de admitir que me encanta. A veces los fotógrafos nos preocupamos demasiado de cómo componer una fotografía, de la técnica, de si es el encuadre perfecto y nos olvidamos disparar con el corazón, eso no debería ser así.
No busco novios que quieran unas fotos sin más, busco personas que se ilusionen con su boda y no se casen “porque sí” o porque llevan tiempo juntos y “es lo que toca hacer”, quiero que mis fotografías les llegue un poco al corazoncito, que les transporte al momento de su boda y que puedan recordar una y otra vez el día más importante de sus vidas.
Me considero diferente, no soy un fotógrafo que hace sus fotos y se va, me gusta dar el máximo en cada boda y hacer las fotos que me gustaría tener a mí, porque sólo unos pocos locos sabemos el valor que tienen los recuerdos cuando pasa el tiempo.
En la boda no soy un fotógrafo, soy David, un invitado más, me visto como si fuera un familiar para pasar desapercibido, disparo sin flash para no llamar la atención y que el centro de las miradas sean los novios y creedme que esa actitud camaleónica hace que todo surja de manera natural, que los invitados se despreocupen de que les están haciendo fotos y todo sea más espontáneo.
Y llegó el gran día.
Me gusta ir a la casa del novio que no está nervioso hasta que llamo a su puerta y es ese momento cuando entran en conciencia y se da cuenta de que el gran día es YA. Pero antes de sacar mis cámaras charlo con él, con sus padres, hermanos, familiares -que intentan ocultar sus nervios- para tranquilizarlos y que se relajen.Buscamos la mejor ubicación con la mejor luz y empezamos.
Después del novio viene la novia, también nerviosa y esperando que todo sea perfecto. Mientras hablo con los familiares y amigas me dedico a hacer las fotos de detalles y preparativos para que se vayan acostumbrando a mí, a los disparos de la cámara y a que yo esté por allí y sea uno más. En casa de la novia todos están muy revolucionados, como es normal, por eso son momentos que tienen un ambiente muy especial que hay que saber captar ¡que una no se casa todos los días!
La ceremonia es el momento más tenso del día, el novio se queda esperando en el altar donde cada minuto ahí de pie se le va a hacer eterno, seguramente al verlo le diga algo al oído que le saque una sonrisa pero volverá a su nerviosismo hasta que venga la novia. Ese momento de verse por primera vez es único: el padrino mirando al novio, éste sin saber que decir al ver a la novia… no se puede explicar con palabras.
Confieso que muchas veces bajo la cámara, miro a los novios nerviosos, un guiño de ojo y sin articular palabra sabemos que todo esta bien.
Y ¿que es estar bien? Sencillamente, es cogerse de las manos, una mirada de reojo, la madrina intentando contener las lágrimas, las amigas con el pañuelo en las manos porque saben lo que va a pasar… ¿Acaso no es maravilloso? He de admitir que alguna vez he tenido que hacer fotos aguantando la respiración, con los ojos borrosos y aunque pueda parecer una tontería al final no se casan unos desconocidos, se casan dos personas que te han abierto la puerta de sus vidas y yo me he colado silencioso para no molestar.
Por suerte después llega la celebración y todo termina en la ebullición de la fiesta y es cuando vienen las fotografías más divertidas y es que un día tan corto y a la vez tan largo bien merece terminarlo de la mejor forma!
Un gran día cargado de muchas emociones que con el paso del tiempo bien merecen ser guardados de la mejor forma posible.
Si sois de los que apreciáis el verdadero valor de tener un buen recuerdo, ¡sois de los míos! por eso quiero que me contéis vuestra historia porque ¡me encantaría conocerla!
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